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Microteatro: un relato sobre D.Juan

RETO DE MICROTEATRO. SOBRE D. JUAN TENORIO


— 13 vírgenes, 4 mujeres casadas, 17 divorciadas e incluso 1 novicia. ¿Te crees  acaso D. Juan?


— Qué D. Juan ni gaitas. Soy el repartidor del BUTANO. De la empresa REPSOL, en concreto. Y entre bombonas y bombonas entrego también pasión.  A borbotones en algunas ocasiones.   


— Pues a mí esa pasión que tú dices nunca me la encargan. Yo también reparto, con la empresa GLOBO exactamente y ni un beso he robado en 2 años que llevo con la moto de aquí para allá. Será que el camión del butano es más erótico que la moto globera.    


— Hazme caso: Vístete de naranja, muy importante, y al abrir el cliente la puerta, muestra esa sonrisa que tanto nos beneficia, pásate luego la lengua por el labio, guiña un ojo y seguramente, a continuación, viene por parte de la clientela ese típico “me pilla sola” . Ese es el momento en que comienza la orgía.   


Aprendí la lección. A la mañana siguiente allí que estaba yo. Parecía una mandarina por mis vestimentas. Llamé al timbre con mi tercer pedido. En el primero y en el segundo, me abrieron dos mujeres muy interesantes y atractivas, y curiosamente lo hicieron además en bragas y con una copa en la mano ambas, lo cual me sorprendió, pero en ningún momento dijeron ese “me pilla sola”, así que no proseguí con los demás protocolos butaneros de guiños, lenguas y labios. Me limité a entregar los pedidos y me fui en busca de las aventuras deseadas y que parecían inalcanzables.  


El encargo, el tercero de la mañana, ahora era de unas croquetas. Y de “rabo de toro” en concreto. Empecé a hacerme ilusiones. ¡Rabo de toro!. La lujuria y la gula iban de la mano, el deseo me embargaba.  


Sorpresa. Me abrió la puerta el tipo más feo que haya visto en mi vida y forzudo como el que más, de esos que no es que vayan a un gimnasio, sino que ellos mismos son un gimnasio con patas. Daba lo mismo: seguiría el protocolo sin ningún tipo de objección. Las normas eran las normas tal y como había aprendido.


Para empezar, como decía el butanero, puse esa sonrisa que tanto nos beneficia. Allí estaba la mandarina sonriente, tal cual. Aquel símbolo de los 80 del mundial de fútbol español, naranjito, tenía la misma cara de idiota que yo. Pero había que seguir las normas.  

Estaría muy sonriente, pero como no hice ademán de entregar el paquete con las croquetas del famoso rabo, el animal de la puerta se empezó a impacientar. No sé, en algo me estaba equivocando y eso que estaba siguiendo al pie de la letra las normas. Me decidí a seguir con el protocolo…


Con mi lengua acaricié mis labios, de manera muy sensual, y no sé por qué, el feo que tenía enfrente me espetó directamente, sin mucha delicadeza:


— ¿Traes la comida, majete?


El “majete” ese era prometedor. Así que continué con el protocolo  y le guiñé un ojo. Seguro que en cualquier momento se apartaba el tío feo ese y princesas, vírgenes y demás salían a tenderme sus brazos. Ya lo estaba viendo.  


Pero algo debía estar haciendo mal, pese a seguir las normas estrictamente.  


Cogió entonces el forzudo el paquete de croquetas sin delicadeza, tosió de mala manera, y sin darme ningún tipo de propina para adentro que se metió cerrándome la puerta en las narices.


Algo aprendí aquella mañana: a no seguir, desde entonces, absolutamente ninguna norma, ni de amor ni de odio, porque el amor y el deseo son sorprendentes y no se ajustan a ningún protocolo. Eso sí:  jamás volví a quedar con D. Juan el butanero porque entre otras cosas: últimamente no me entero absolutamente de nada.


Bueno, de despedida decir que ayer me he presentado a las oposiciones para repartidor de BUTANO, donde curiosamente exigen en una de las pruebas poner una sonrisa que nos beneficia. En esas estoy.


FIN


Este relato participa en la convocatoria de abril 2024 de microteatros de Merche desde su estupendo blog MERCHE


Muchas gracias por la convocatoria!!!

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