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Un jueves, un relato: la primavera

Primavera, primavera...maldita estación. ¡Qué ganas tenía ya del invierno!


Con la Semana Santa, no paraban de salirme esas flores por todas las ramas de mi tronco, que decían olían fenomenal, y que a los seres humanos les encantaban, pero yo declaro...lo que realmente huele de maravilla es el abono, esa plasta sí que huele a las mil maravillas, y además me sienta la mar de bien, me alimenta, y no mis malditas florecillas, pues con ese brotar tan descontrolado, cientos y miles de asquerosos insectos pululaban a mi alrededor a todas horas a partir del mes de marzo. Moscas, tábanos, gusanos y las ruidosas abejas no sé qué veían en mis flores, pero se acercaban a ellas, las lamían o devoraban y luego se iban sin dar las gracias. Era horrible esa situación. Un zumbido permanente. Ojalá a las abejas por la primavera les saliese un cactus todos los años en los ojos. Eso sí que altera, y no la primavera. Y no soy el único cerezo que piensa así.


Tal era mi malestar, que mi amigo Fresno me aconsejó visitar al psicólogo del bosque. Un castaño la mar de profesional y que gracias a sus consejos había conseguido verdadereos prodigios, como que un helecho llegase a ser abanico. La consulta del castaño era caro, unas 17 avellanas por sesión, pero aún así acudí a verle.


El castaño me dijo que esa situación la tenía que superar, porque anualmente, siempre, me iba a ocurrir lo mismo. Yo le dije que si me visitasen mariposas lo entendería, pero que el zumbido de las moscas me producía hastío y que este sinvivir no se me pasaba hasta bien entrado el verano en que las flores que habían respetado los mirlos daban su fruto. Parecía muy interesado en mi historia. Se rascó una rama y sentenció:


Eres el cerezo más idionta que he visto en mi vida. Asume lo que eres, que hagas lo que hagas, todas las primaveras florecerás. Tú mismo.


Asumí lo que me decía mi brillante psicólogo y no sólo eso, sino que además le di 2 avellanas de propina y le invité a un poco de rico abono que tenía entre unas raices. Desde aquel día he asumido lo que soy: un cerezo. Lo malo de toda esta historia es todos aquellos seres vivos que nunca llegan a aceptar lo que son. No sé si me explico como árbol






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