La azafata asesina (relato)
- Santi Iglesias de Paul
- hace 36 minutos
- 9 Min. de lectura

LA AZAFATA ASESINA
Nervios.
Como siempre, sentía muchos nervios antes de embarcar en el avión y eso que me había tomado un par de “Lexatines”. Me habían hecho el mismo efecto que si me hubiese comido un par de albóndigas. Ojalá existiera un tren que uniese Madrid con Palma de Mallorca y no esto del avioncito.
Se me notaba descaradamente la angustia: me comía una y otra vez los pellejitos de los dedos de la mano próximos a las uñas, guardaba silencio y padecía esa sensación continúa de ganas de hacer pis. Mi mujer me reprendió:
— Déjate los pellejitos en paz, Juan Luis, que te vas a quedar sin dedos.
En el aeropuerto todo me fue adverso: se me cayeron los pantalones al pasar el control policial cuando me quité el cinturón; nuestro vuelo no aparecía en la pantalla de información y había un gordo inmenso que hablaba muy alto y que me temía que se sentase a mi lado, como finalmente sucedió. No, no estaba muy a gusto en la cola, a punto de embarcar.
Fue entonces, en ese momento, cuando el señor que estaba delante nuestro en la fila formada nos preguntó:
— ¿Es la primera vez que viajan con las líneas aéreas TVAE?
— Sí, — mi mujer y yo contestamos a la vez. — Es asombroso lo barato del billete. Por cierto… ¿Qué significarán esas siglas?
— ¿De verdad que no lo saben? Esas siglas son de “Te Vas A Enterar”. Las líneas aéreas más baratas del mundo mundial. Ya verán, ya verán. No tienen desperdicio.
Nos quedamos algo preocupados, la verdad, pero la cola siguió avanzando hasta que de repente paró en seco. Dos hombres forzudos, de esos con los que nunca hay que meterse en líos, se llevaron sin contemplaciones, entre gritos, a uno que estaba embarcando 10 metros por delante nuestro. De nuevo, el señor de la cola nos lo aclaró:
— Claro. Se lo tiene bien merecido. Llevaba sobrepeso.
— Pero… ¿Se lo llevan a la fuerza de aquí? —pregunté yo, sorprendido.
— Y que se dé con un canto en los dientes si no le rompen la cara. TVAE es muy estricta en ese sentido.
La cola siguió avanzando lentamente hasta que conseguimos llegar al control de embarque, donde la azafata de tierra se dirigió a nosotros, muy amablemente, y aunque parezca mentira, nos soltó:
— Por si es de su interés…En el vuelo de Barcelona, de hace dos días, arrojaron a 2 pasajeros desde 10.000 mts. de altura. ¿Qué hicieron? Delinquieron gravemente, pues no compraron absolutamente nada en el avión, ni siquiera los boletos de la rifa. Ahí lo dejo. En cualquier caso, que tengan un buen vuelo con TVAE.
No dijimos nada, aunque comenzábamos a estar algo incómodos. De lo que estábamos seguros es que, al menos, compraríamos una coca-cola, o incluso dos. Por fin, entramos en el avión.
La gente comenzó a meter las maletas en los compartimentos correspondientes, hasta que de repente…
— Pero bueno… ¿Qué hace este bolso aquí? ¿Y ese abrigo estrujado entre las maletas? — preguntó una azafata rubia, indignada, mientras señalaba a los compartimentos superiores, destinados exclusivamente a las maletas de mano.
Tal era su tono, que nadie levantó la mano, hasta que una pasajera, algo temerosa, se decidió a hacerlo.
— Es mío, pero… ha sido sin querer. Yo creía…
— Yo creía, yo creía…—dijo la misma azafata, mientras desaparecía de la escena, y esquivando a unos y otros pasajeros se fue en dirección a la cabina.
Cuesta creerlo, pero el caso es que la condenada volvió armada con un hacha. Sí, un hacha de esas de los leñadores. Todos nos quedamos helados.
— ¡¡¡Un bolso en los compartimentos superiores!!! ¡A dónde iremos a parar! Y según dijo esto, arrambló con la mano izquierda el hacha (todos supusimos desde ese momento que era zurda) y le asestó un tremendo golpe en la cabeza a la señora del bolso. Literalmente le cortó la cabeza de cuajo. Así, sin más.
Todos los pasajeros nos quedamos sin habla e incluso alguno comenzó a sollozar.
Bueno, un niño cercano a la escena soltó para que todos lo oyeran:
— ¡Mami, mami: como en las pelis!
— Calla hijo, coge esta toallita y límpiate la sangre que te has puesto perdido —le contestó la madre.
Le faltó tiempo al resto del pasaje para bajar de los compartimentos de arriba todo, absolutamente todo. No queríamos más hachazos. Fue entonces cuando la azafata rubia soltó aquello de…
—Señoras y señores, me guardo el hacha para cuando pasemos el carrito con la venta a bordo. Por mis muertos que en este vuelo vendo hasta la colonia caducada.
Nos sentamos entonces todos, dispuestos a volar. Se respiraba cierta tensión en el ambiente. No sé cómo explicarlo.
Jamás en la vida he visto que se le hiciese mayor caso a una azafata en las explicaciones de seguridad previas al vuelo. Antes ya habían recogido, como si no tuviera mayor importancia, el cadáver descuartizado de la pobre señora del bolso, y poco después dos azafatas iniciaron las indicaciones de seguridad. ¡Qué silencio, qué atención prestada por todo el pasaje! Es más, hubo dos pasajeros que incluso hicieron preguntas sobre los salvavidas a la azafata asesina, como si les interesase muchísimo todo aquello, a lo que ella contestó muy gentilmente aclarando las dudas.
Tras aquellas preguntas, ella formuló la siguiente:
— Señoras y caballeros: a ver si han atendido. Entonces...¿Cuántas salidas de emergencia he dicho que hay?
Menos mal que el interrogado acertó: cuatro, porque ella, de momento, no se desprendía del hacha y cada vez estaba de peores modos. En esos momentos no sabía a ciencia cierta si quería despegar o ya aterrizar tras el vuelo.
Mientras tanto, mi mujer me preguntaba continuamente por qué no habíamos ido a Valladolid en lugar de ir a las islas, que los de RENFE parecían más tranquilitos que esta energúmena.
A estas alturas, los comentarios a bordo ya eran variados. Los había que incluso defendían a la azafata rubia, que si seguramente llevaba muchas horas de vuelo, que tal vez su infancia fue cruel, que si no había derecho a poner los bolsos en la parte de arriba. Era curioso, pero ella iba teniendo poco a poco seguidores, escasos pero fervientes. Incluso decidieron entre ellos montar un grupo de whatsapp y hacerla viral. A ver cómo transcurría el vuelo que no había ni empezado. Me temía lo peor.
Ya todo el pasaje instalado a bordo. Bueno, menos la pasajera que estaba criando malvas, y fue entonces cuando nos habló el capitán. A ver si llegaba en algún momento la sensatez. Mi mujer y yo confiábamos en aquel señor tan responsable pusiese un poco de cordura en todo aquel disparate.
— “Señores pasajeros: lamentamos el pequeño incidente del embarque, que desgraciadamente nos ha retrasado un poco, pero mi tripulación y yo, el Comandante Garrote, nos brindamos a atenderles en todo y les deseamos un feliz viaje. No dejen de comprar nuestros boletos para la rifa que pronto se celebrará y ojito, mucho ojito, al que no compre nada en la venta a bordo, que a Ingrid, nuestra azafata rubia, le hace mucha ilusión vender boletos”.
Fue entonces cuando la azafata asesina descubrió que un pasajero no llevaba puesto el cinturón de seguridad. Pronto tomaron medidas. A éste pobre desgraciado lo asfixiaron con una bolsa de plástico, lo dejaron muerto en el asiento, y luego lo desembarcaron. Sí, naturalmente, todo el mundo compró papeletas para la rifa. Mi mujer y yo compramos hasta cinco papeletas cada uno y creo que nos quedamos cortos. Ya no me comía los pellejitos sino que ya sentado movía mis piernas sin parar, con un movimiento nervioso que no cesaba. Mi mujer fue muy sincera.
— Antes los pellejitos, y ahora las piernecitas. A ver si paras de una vez.
El avión entonces comenzó a moverse lentamente buscando la pista de despegue. Los pasajeros nos mirábamos preguntando qué sería lo siguiente.
Antes de despegar, el Comandante piloto se volvió a dirigir al pasaje:
— “Queridos pasajeros: ni que decir tiene lo que sucederá a todo aquel que se levante del asiento antes de que la luz del cinturón de seguridad se apague”. Nuestra azafata Ingrid tiene instrucciones al respecto. Buen vuelo.
Por fin el avión cogió velocidad, enfiló la pista, y despegamos. Por supuesto, nadie osó levantarse del asiento. Había apuestas entre mi mujer y yo para ver quién sería el siguiente en palmarla. El gordo de mi lado tenía todas las papeletas, y no las de la rifa precisamente.
En el aire parecía como si se tranquilizase la cosa, pero nada más lejos de la realidad. El caso es que se formó una pequeña cola de gente que necesitaba ir al servicio. Ya digo, 2 o 3 personas, no más. Y eso no le gustó a la azafata asesina, que por el micrófono declaró:
— Esta multitud levantada ante los cuartos de baño incumple el artículo 640 b) de las normativas de vuelo comercial, que son muy claras al respecto. Vuelvan a su sitio ya. No es una recomendación, es una orden.
El servicio inmediatamente quedó vacío, excepto un muchacho que debía de ser de otro país y no se enteraba de la misa la mitad, un guiri. En cualquier caso, pagó caro su desconocimiento. Más le hubiese valido la pena haber aprendido mejor español en su Erasmus.
La azafata asesina junto a 2 más de la tripulación, lo cogieron y primeramente le taparon la boca con cinta americana consiguiendo que dejase de chillar. Le ataron pies y manos y lo más increíble es que abrieron la puerta lateral de emergencia, pese a todo el aire que entraba, y lo tiraron allí mismito del avión. MIentras tanto, el Comandante piloto observava allí mismo la escena con un vaso de whisky en la mano.
No surtió efecto el que un pasajero dijera anteriormente que aquello iba en contra de la convención de Ginebra y demás ciudades europeas.
La azafata asesina le contestó así.
— Calla, calla, y además de clase turista. Para Ginebra la que me beberé yo ahora para brindar con el Comandante de la nave. ¿Verdad, piloto mío?
Y dicho esto se arreó un gin-tonic que eso sí, tenía una pinta magnífica.
Comenzó así la venta a bordo. A ver qué nos deparaba.
Todo Dios compró. Que si una colonia, que si tabaco. Lo nunca visto en vuelo alguno. Es más, se les acabaron las existencias. Mi mujer y yo compramos incluso un reloj y eso que ambos ya teníamos uno. Sin embargo... el gordo de al lado nuestro no compró. No sabría decir si era un valiente, tal vez era sordo, o idiota. La respuesta de la azafata asesina no se dejó esperar.
— Qué… ¿Hoy no compramos nada?
— No gracias —respondió el señor. Es que no me he traído la tarjeta —puntualizó como excusa.
Excusa imperdonable. A la azafata asesina le cambió la cara. Yo pensaba que se iba a por el hacha de nuevo, pero me sorprendió. Se ausentó sólo unos segundos y apareció con una escopeta con los cañones recortados. Era muy mona, la verdad, pero estos arranques, todo hay que decirlo, la afeaban bastante.
No le dio otra oportunidad. Le apuntó a los sesos con la escopeta y disparó a bocajarro el arma. Y allí, como si nada, ya nos habíamos acostumbrado. La gente estaba más pendiente del número que iba a salir en la tómbola que en aquellos sesos desparramados por el pasillo.
En seguida vinieron más azafatas y recogieron el cadáver como si fuese la cosa más natural del mundo. Yo, mientras tanto, ya no movía las piernas, sino movía todo mi cuerpo temblando sin parar. Mi mujer me advirtió:
— Deja ya de una vez de temblar, que mi coca-cola está a punto de derramarse con el temblequeo. Mejor, vete a los aseos y échate un poco de agua por la cara. A mí, en algunos casos me alivia bastante.
Apenas contamos un par de muertos más durante el vuelo: uno murió estrangulado, y muchos decían que con razón, porque no había puesto el móvil en modo avión y el otro lo hizo por un infarto cuando Ingrid simplemente le preguntó si estaba teniendo un buen vuelo. Algunos comenzaban a elogiar la actitud tan servicial y atenta de Ingrid.
El grupo de whatsapp “amigos de Ingrid” ganaba adeptos por momentos y comenzaban a planear hacerle a Ingrid una fiesta sorpresa en Palma, en concreto, en el Arenal.
Un flan, llegué hecho un flan a la Isla de Mallorca. Fue sin duda el peor vuelo de mi vida y encima, a pesar de haber comprado aquellas 5 papeletas, no nos tocó nada en aquella rifa. Todo había sido horrible, pero el Comandante Garrote estaba muy satisfecho porque el vuelo había durado 5 minutos menos de lo previsto, lo cual fue muy aplaudido tras su brillante aterrizaje.
Fue entonces cuando Ingrid nos pasó una encuesta sobre la bondad del vuelo, y que lo puntuáramos sin ningún tipo de coacción, y lo más curioso es que mi mujer y yo señalamos a todas las preguntas con la carita más sonriente de la encuesta aquella. Cualquiera decía otra cosa.
Ahora sabréis porque ya no volamos más con TVAE. Eso sí: a partir de aquel vuelo, compramos siempre en la venta a bordo no vaya a tener Ingrid amigas por otras compañías
FIN
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