El pirata cobardica
Soy pirata, para mi desgracia.
Podría haber sido sastre o buhonero, pero no pudo ser. Y sin lugar a duda soy diferente a los otros piratas del gremio. Muy diferente.
Mi abuelo fue pirata y de los más sanguinarios; mi padre le siguió en el oficio y yo no les iba a llevar la contraria.
Esto de tener que seguir la tradición familiar me afecta sobremanera y no sabéis cómo, pues yo realmente, realmente...me hubiese gustado ser escritor, pero aquí me encuentro bajo la bandera de la calavera negra y asesinando a diestro y siniestro. ¡Con lo fastidioso que es torturar a un prisionero y luego abrirle en canal! Sus gritos me descomponen.
Y encima, además de no tener querencia a esto de ir arrasando y destrozando por aquí y por allá, lo que es peor es que me caracterizo por ser todo un cobarde. De hecho, la gente de la dotación, me llaman “El cobardica”.
En cierta ocasión me tocaba la guardia de mar subido en los palos, en la cofa exactamente y divisé un galeón francés en el horizonte, tenía buena pinta, hubiera sido una presa excelente, pero para no alertar a la dotación y que reaccionásemos como solemos, con ese disparar de cañones, arcabuces y pistolas me callé cual monje, miré para otro lado, y no di la voz de alarma. Porque con tal de no entablar combate soy capaz de todo. No se dieron cuenta mis compañeros y así nos pasamos navegando por el mar de los Sargazos un mes entero mas o menos sin divisar ni una presa más. Qué felicidad: sin entablar combate alguno.
¿Combate? El idiota de mi compañero que tiene un garfio como mano y de nombre “manopincho” va diciendo por ahí que
“El combate el mal aliento combate”.
Majaderías. El combate es atroz, despiadado, brutal. Y yo no estoy hecho para esos menesteres. A mis 52 años estoy deseando que me jubilen de una vez e irme a la isla del tesoro a descansar que ya no quiero mancharme más las manos de sangre.
Porque la Isla del tesoro existe.
Vaya que si existe. Más de una vez hemos fondeado allí y desembarcamos en tierra para hacer la aguada. ¡Unos manantiales maravillosos! y hay, bueno... había, incluso un poblado de gente muy acogedora y que potenciaban el turismo de la isla. Con carteles como aquel:
“Tú y tu loro, venid a la isla del tesoro”
Slogans inapropiados. Aquello era demasiado, un insulto con tanto marketing barato: los tuvimos que matar a todos. Y lo hicimos en nombre de Isabel, nuestra reina, que está por allá por Europa. Aquellos pobres desgraciados murieron entonando aquella famosa canción de
“Que bien, que bien hoy comemos con Isabel”
La reina estaría muy orgullosa de aquel canto de despedida. Porque morir, lo que se dice morir, murieron todos, pero murieron contentos sin muchas amputaciones ni ese arrancar los ojos que tanto nos encanta. Todo eso me lo contaron, que yo para no sufrir con estos disparates me fui a dar una vuelta por la playa. Y es que soy un cobardica. Lo reconozco.
Y lo peor fue el ataque que hicimos al poblado español de la costa. Una aldea apetecible. Alegué que me dolía la cabeza y que el paracetamol y gelocatil no me hacían efecto alguno y que no podía embarcarme en los botes. Me llamaron de todo, eso sí, pero para allá que se fueron con sus pistolas y arcabuces. Volvieron escaldados tras un intenso combate donde los españoles les rechazaron. A partir de ahí en lugar de llamarme el cobardica, me comenzaron a llamar el gelocatil. Qué cosas.
Tras varias renuncias a empuñar el arma, a cortar narices y orejas de prisioneros y a llevar el loro en el hombro, el capitán del barco, John el siniestro, me aconsejó que aprovechando nuestro paso por la isla de las tortugas, visitase al psiquiatra que allí habitaba, que no perdía nada, pero que posiblemente lo mío tuviese cura. Y lo visité.
Le comenté que ya no me decía nada escuchar los gritos de los prisioneros torturados y que incluso comenzaba a barruntar la palabra “clemencia” en la mayoría de las ocasiones
No se lo podía creer. Se echó las manos a la cabeza. Y me preguntó incluso si no sentía nada al darle patadas a los niños y las mujeres hasta que muriesen.
Le dije que no. Que me repugnaba. Seguí hablando de clemencia.
Me contó que nunca en la vida había tenido un caso parecido, que los piratas de su majestad no podían ir así por la vida. Así que, sin pensarlo mucho, me dio la baja.
Y así estoy. De baja mientras llega mi jubilación. Vivo tan contento en un pequeño poblado español al que curiosamente asolamos en tres o cuatro ocasiones y eso sí:vivo feliz escribiendo porque al final me he hecho escritor y relato con conocimiento de causa todo lo que se hizo en aquel barco pirata. Que fue una barbaridad y un estropicio. Y me refiero a todo, absolutamente todo, lo acaecido allí, porque luego llegaran en el futuro escritores, cineastas y cuentistas que alabaran a los piratas, sus vidas y sus obras, sus aventuras y sus amores, y yo, simplemente quiero decir, que los piratas fueron, en su gran mayoría, unos terribles asesinos que destrozaron muchas vidas. Pero...
Que bien, que bien, hoy comemos con Isabel
Relato para el concurso de febrero de 2025 de la página "el tintero de oro"
¿Donde hay que apuntarse para ser pirata cobardíca?. Bueno, para acabar cono él. ¿hay que hacer el cursillo que hizo él?
Casi te ha salido en verso con tanto pareado.
Al fin y después de la coña es in final feliz.
Soy gabiliante, no sé si saldrá el nombre
Abrs ooo y suerte
Hola Santi. Un relato diferente y plagado de humor y giros geniales que en más de una ocasión me han sacado una sonrisa. A destacar el contraste con la brutalidad de los piratas con ese pirata cobardica que es todo lo contrario, y que pone un acertado contrapunto en esta historia de piratas. Ciertamente en más de una ocasion los corsarios salieron escaldados al enfrentar a los españoles que por aquel entonces dominaban el mar. Buen retiro el de escritor en un tranquilo poblado alejado de trifulcas, y si además se come con Isabel pues mejor que mejor. Un abrazo.
Pues si, los piratas hicieron cosas terribles. Además de cobarde, el piratilla era un comodón y un vago, que ni siquiera le apetecía cumplir con su profesión. El protagonista finalmente decide escribir ¡qué bien! ¡comeremos con Isabel!
Vaya, vaya. Qué suerte tuvo el pirata cobardica, pues se estaba ganando con creces que le pasaran por la quilla del barco. Sarcástico relato a mi parecer, en el que los eslóganes turísticos traen a veces a gente indeseable que no saben comportarse.
N. de la Flor Ruiz de "Con Zeta de Zombi y Otros Desvaríos".
Un relato de lo más entretenido que rebosa humor. Muy bien hilado.
Mucha suerte en el concurso, Santi.
Un fuerte abrazo.