El espíritu desastroso
— Has puesto interés, no nos cabe la menor duda, pero…has sido incapaz de asustar a ningún humano, de producir pavor ya ni hablamos y nadie, absolutamente nadie, ha querido grabarte esos ruiditos siniestros que has hecho con tanto desatino. Porque mira que era sencillo: necesitábamos puertas cerrándose mientras crujían, ruídos de pisadas misteriosas, gritos o aullidos, y tú dale que te pego con la música repetitiva de las castañuelas. Castañuela por aquí, castañuela por allá. ¿Estamos tontos o qué?. Mira lo que te digo: pareces un ser vivo y con eso te digo todo. Con tus actuaciones lamentables, en lugar de causar terror entre los humanos, consigues que están deseando que te manifiestes de nuevo para bailar sevillanas al ritmo de las castañuelas. Eres el peor espíritu que hemos tenido en los últimos 27 siglos. Da más miedo Teresa de Calcuta que tú, así que lo sentimos: vagarás por la eternidad sin apariciones y sin dar sobresaltos de ningún tipo. Por lo que a nosotros respecta, como espíritu estás acabado y suspendido en funciones. Que pase el siguiente…
Panorama desolador el que se me presentaba. El tribunal espiritual había dictado sentencia y no precisamente a mi favor y eso que yo llevaba enchufe de un muerto afamado que actuaba por varios cementerios de la zona, pero ya no tenía remedio y con su decisión me habían hundido. Bueno, literalmente hundido en las nubes, para que nos entendamos. Me fui entonces a un bar llamado “La agonía” que abría pronto, y fui al grano: me sinceré con el camarero:
— Llevo cientos de años vagando por las tinieblas y ahora que se me presentaba la oportunidad de entretenerme un rato resulta que me suspenden y no me dan el preciado carnet de espíritu comunicativo con el más allá
— ¿Será el “más acá”? — me interrumpió el simpático camarero
— Naturalmente— contesté. A veces cometo errores mortales
El camarero me sirvió otro Bloody Mary mientras se fue a cambiar de sábana. Es lo que tiene ser fantasma, que se ensucia mucho la ropa con el tomate y cosas de esas. Tardó una eternidad. Así que me piré de allí. No me comprendía nadie. Ni de acá, ni de allá.
La verdad, todo sea dicho, es que intenté ser un buen espíritu comunicativo por aquello de probar algo diferente, como una salida coherente a mi aburrida existencia de muerto, pero fracasé estrepitosamente. Estaba hundido en la miseria, una tristeza mortal me atenazaba, y nunca mejor dicho. Podía hacer dos cosas, o bien ir de bar en bar contando mis cuitas, o bien ir a la mayor brevedad a la consulta del psiquiatra de espíritus. Afortunadamente opté por lo segundo. Al pasar entre las nubes, al doblar un cúmulo nimbo, hacía un frío de muerte.
Este psiquiatra me lo recomendó un muerto conocido que tenía su mijita de gracia, porque el típo se creía todavía vivo. Tanto es así que a las 7 de la mañana, todos los días, se ponía el despertador para ir a trabajar. Ya digo, no sólo estaba muerto y bien muerto, sino que encima el tipo era también idiota.
El psiquiatra estuvo la mar de acertado con él, interpretó muy bien su mal y a continuación le decapitó unas 17 veces, de varias maneras y posturas diferentes, para que razonara y se sintiese fiambre de una vez. Al final el paciente se convenció de su gran error, y ya no se pone el despertador. Más que nada porque no le vuelva a decapitar el psiquiatra asesino. Pero sanar, lo que se dice sanar, si sanó. Bueno, no hubo sanación completa, porque ahora no da el follón con el despertador, sino que se ha callado la boca y se ha hecho cómplice del silencio. Del silencio sepulcral mayormente. Ya digo, un gran psiquiatra y reconocido en todos los ámbitos.
Dicho psiquiatra me recibió muy amablemente. Su despacho estaba alegremente adornado con tibias, fémures y calaveras la mar de monas. En primer lugar me hizo la pregunta obligada sobre mis años transcurridos de muerto y cuando le dije lo de los 834 años, me dijo que me encontraba fenomenal y que cualquiera lo diría porque parecía un cadáver reciente, lo cual me agradó mucho. Era un buen comienzo.
A continuación le conté mi problema con el tribunal espiritual y con detalle le expliqué mis andanzas los últimos 347 años. Por un momento creí que me decapitaba también, como a mi amigo, cuando le conté lo de las castañuelas, pero no, no fue así.
Resulta que ahora, a la “Santa Compaña” harta un tanto de vagar por ahí causando penas y miedos, querían dar un cambio radical de imagen, y así ha querido actualizarse un poco y para ello estaba contratando diversos instrumentos tétricos de música, pero además necesitaba unas castañuelas por si la feria de Jerez se incluía en su “tournée”.
Así que ahora, reniego de las puertas que no cierran y a los alaridos, que yo me paso el día de gira entre Mondoñedo y Ferrol, entre Puente Genil y Puerto de Santa María, y dale que te pego todo el día a las castañuelas. Hemos dado 3 conciertos en unos cementerios preciosos y abarrotados de almas. Y así, con mis castañuelas, soy un espíritu la mar de feliz. Bueno, de vez en cuando vuelvo a los bares, donde naturalmente…me lo paso de muerte.
FIN
Relato presentado a concurso organizado por EL TINTERO DE ORO
Hola Santiago. Siempre es arriesgado hacer humor porque es algo muy particular, y lo que a unos hace gracia, a otros no tanto. En este caso has tirado de un humor inteligente, con giros cómicos de los que te hacen pensar un rato. Sinceramente me ha parecido muy simpático y hasta entretenida la historia de este espíritu sin vocación de meter miedo. Enhorabuena por esa quinta posición en el Tintero. Un abrazo.
Hola, Santiago. El sentido del humor y buen rollo de tu protagonista queda bien reflejado con la ironía de tu relato. Se ve que en el otro lado también, para estar ya muertos, se pasan de serios.
Saludos de JM Vanjav y suerte.
Jajaja Muy bueno tu relato, Santi. Un fantasma que no pegaba una! Pero al final encontró su rumbo.
Un abrazo
Jajaja, muy bueno Santi, has cogido todos los juegos de palabras posibles y te has marcado un relato divertido a pesar de la temática.
Te felidito.
Un abrazo
Jajaja, muy ameno y divertido, me lo he pasado genial con los problemas de este espíritu patoso. Menos mal que al final ha encontrado su sitio con la Santa Compaña. Estupendo relato, Santi! un saludo y un abrazo de Lola Romero.