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El espejito de las narices

— No te lo vas a creer, pero además de ver mi imagen reflejada en el espejo de mi abuela, sale también …un código de barras.


— Sí, claro. En el de mi abuela salen también pelis de moda. Y series. Vemos allí las series mis padres y yo. Y ahora me intentarás convencer de que en ese código de barras sale un mensje del más allá.


— Tú lo has dicho. Le apliqué el scáner del móvil y no tengo palabras….


— ¿Te das cuenta la milonga que me estás contando? Y sólo llevas 2 cañas. No te creo Susana.


— Me creas o no, estoy preocupada. Era un mensaje corto y muy sustancial.


— ¿Qué decía, si se puede saber?


— La tercera persona con la que hables hoy, morirá en dos días.


— Qué barbaridad. Espero ser la quinta o la sexta.


— Ahí es donde te equivocas. Eres precisamente la tercera.


Dos días para morirme. Sí, para qué negarlo, me quedé preocupado. Según nos despedimos volví a darle vueltas a la cabeza, y cada vez más. Tenía 3 opciones:


1 No hacerle ni el más remoto caso

2 Despedirme a lo grande de este mundo

3 Mirarme en el espejo de su abuela, a ver qué me decía.  


Como persona sensata que soy, me molaba la opción 1, pero como vividor que soy me entusiasmaba la 2 y…¿Por qué no la 3?


Así que me comí y bebí el mundo en esos dos días que me quedaban. No hubo placer que no probara, no hubo amigo del que no me despidiera, no hubo sarao al que faltara. Fui feliz. Y lo digo descaradamente.


Faltaban pocas horas para que llegase el día de mi muerte, y llamé a Susana para decirle que quería verme en el espejo. Accedió.


Nos recibió encantada su abuela. Mujer maravillosa de esas abuelas de toda la vida. Desprendía bondad por los cuatro costados y pastitas de chocolate tembién, que era muy buena anfitriona. Un té la mar de rico nos ofreció.


Quiso saber el motivo de mi visita. Y Susana, no sé si hizo bien o mal,  se lo contó.


— Vayamos a ver el espejo— dijo entonces la abuela.


Primero me miré yo asombrado ante el espejo, y nada extraño sucedió. Se miró la abuela, se atusó el cabello y curiosamente apareció un código de barras. Suena increíble pero sucedió realmente.


Escaneé con mi móvil el código de barras. Sorprendido y curioso antes que temeroso. Y lo pude ver. El mensaje era muy claro…


“Comienza la semana de la primavera en el Corte Inglés” Te lo pasarás mejor en nuestros centros comerciales, mucho mejor, que te lo has pasado en estos dos días fabulosos de diversión por el mundo. Vente con nosotros.


Nos miramos los tres y dijo entonces la abuela:


— Ya no saben qué inventar los de publicidad para vender. A mí el otro día me salieron, en el espejito de las narices, anuncios de colonia de esos que hablan en fránces y la verdad es que no los entendí muy bien por lo mal que lo pronunciaban. Al menos, a estos del Corte Inglés se les entiende a la perfección, porque… Ya es primavera en el Corte Inglés.

Venga, volvamos a tomar otro té, que se nos enfría.


Me fui de allí, de aquella casa, a gusto. No sólo por el té, sino porque me había dado cuenta de lo poco que hace falta para ser feliz. No, no me morí a las pocas horas.  Te dicen que te quedan dos días de vida, los aprovechas a tope, y sin duda: hice y haces lo correcto. Me hizo feliz aquel espejito. Y además: qué buenas estaban las pastitas de la abuela.


 

Relato participante en la convocatoria "un jueves un relato" . La propuesta ha sido hecha esta semana por MAG, muchas gracias, desde su blog LA TRASTIENDA DEL PECADO 

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© 2017 por Santi de Paúl

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